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e que habiendo entrado en el de la envidia, preten= dieron borrar su fama impiamente descaminados. Mucho animó este lance y esta caida á los fines del celoso varon; porque habiendo considerado los herejes el profundo silencio con que sufria sus tra- bajos. y viendo despues la fervorosa caridad con que los buscaba, para la espiritual salud de sus al- mas, no solo recogieron en pública retractacion las esparcidas voces; pero en pública penitencia se rindieron muchos á la Iglesia católica. Mostró tambien su caridad y celo el siervo de Dios en persuadir á los magistrados que no castigasen á los delincuentes, perdonándoles como él les per- donaba; con que se le puede aplicar lo que San ernardo decil de los enemigos de Cristo (1) Pie- dra sois, pero heristeis piedra mas blanda, que res- pondió ú los golpes con ecos de piedad, y produjo dul- ce y copioso manantial de aceite por su caridad y dulzura. Por este tiempo sucedió otro trabajo á los - capuchinos en Viena. Los herejes, siempre im- placables enemigos de los capuchinos, deseando acabar con ellos si pudiesen, 6 á lo menos obligar- les á dejar el hospicio, que entonces tenian en Vie- na, iban armados de noche, y subiendo con esca- las por las ventanas, disparaban los arcabuces y pistolas donde ojan ruido, con peligro manifiesto de ser muertos ó heridos, como sucedió al padre Fr. Julio de Venecia, á quien hirieron gravemente de un balazo. Callaban los capuchinos sin quejar- se para la venganza, armados con el escudo impe- (1) S. Bern. serm, 4. Hebdom. pen.
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