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% 348 méritos le habian llevado: aunque pudo quitarle en gran parte la idoneidad para predicar en aque- llas provincias la fé católica, que era para su ar- diente celo lo mas sensible y á lo que tiraban los herejes; no pudo, ni inmutar su semblante, ni acobardar su ánimo, que á fuer de Olimpo, cuya cumbre superior á las nubes, no puede padecer tempestades, nunca dió entrada en sí, ni á triste- za, niá ódio, niá otro algun efecto, que pudiese turbar su serenidad ni perjudicar su paciencia. Pedia á Dios en sus oraciones, se sirviese perdonar á todos los que, ó envidiosamente malignos, 6 vi- ciosamente crédulos le habian arrojado de Praga. Pudiera sin duda defenderse de la impostura y afrenta que padecia: pudiera con evidentes demos- traciones convencer de falsarios á sus enemigos: pudiera restituirse á su antigua opinion y crédito, y aun quizá en no haberlo intentado le acusaria la prudencia humana de omiso; pero teniendo siem- pre álos ojos el ejemplo de Cristo nuestro Señor, que pudiendo, no se libró de la ignominia de la Cruz, y solu atendió á pedir á su Eterno padre por los mismos, que habiéndole quitado el honor, le quitaban tambien la vida, repitió estas evangéli- cas lecciones, y alegre en sumo grado con la imi- tación de su Divino Maestro, despreciaba su fama propia, por mirar por la agena. Los que sabian el estado en que se hallaba el varon santo, y la ad- mirable paciencia con que abrazaba aquel contra- tiempo, no necesitaban de otro argumento mas eficaz, para descubrir su inocencia; porque como los quilates del oro se prueban en la piedra Lydia,
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