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e y des señores y potentados, fué tal el ódio que se concilió con algunos predicantes, que intentaron varias veces quitarle la vida. Un dia le encontra- ron en un sitio retirado, y arrojándose á él como unas fieras, le dieron muchos golpes y bofetadas, y agarrándole de la barba le echaron en tierra, y le daban tantas patadas y golpes, que hubieran acabado con él; pero el Señor dispuso que llegase á tiempo un hermano del Cardenal Spineli con sus criados, y viendo aquella insolencia, sacaron las espadas y huyeron los herejes. Levantaron al sier- vo de Dios, aunque con trabajo, y le llevaron á presencia del Cardenal, y viéndole ensangrentado y lleno de cardenales, le dijo: ¿Qué es esto, Fr. Lo- renzo? ¿Quién te ha puesto asi? Mis pecados (respon- dió el santo), mis pecados son estos. Quiso el Carde- nal buscar los delincuentes y castigar tan atroz culpa, pero se lo impidió el santo, diciendo: Señor eminentisimo, os suplico no castigueis los agresores, pues os he dicho y con verdad, que son mis pecados: estos son y merecen mayor pena; y mostrándose hu- mildísimo y pacientísimo, volvió á suplicar al Car- denal desistiese de su empeño (1). 9. Pero no solo no huia las ocasiones de pade- cer por Dios en defensa de su santa ley, sino que inflamado en el deseo de derramar su sangre y adquirir la gloriosa corona del martirio, se entra- ba él mismo en los peligros, buscando á sus ma- yores enemigos y poniéndose en su presencia con un ánimo tranquilo é inalterable, como veremos DD Suma fol. $s.

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