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e dd cante hereje, y fiado en sus argumentos y sofis- mas, desafió á Brindis para disputar sobre la ver- dad de la religion católica. Aceptó el desafío. Oyóle Brindis cuanto quiso proponer con la mayor paz y tranquilidad, y despues que acabó el predican- te, fué respondiendo nuestro Brindis por su órden á cada uno de los argumentos sin equivocarse en ninguno, y con tal lleno de doctrina y fuerza de razones, que atónito el predicante, ya de su me- moria y ya principalmente del peso y gravedad de autoridades con que fundaba su opinion, que que- riendo el siervo de Dios proponerle algunos argu- mentos á favor de nuestra religion, no quiso espe- rar el hereje, y ciego de cólera y rabia de verse convencido, le llenó de injurias al varon santo (como acostumbran en casos semejantes) llamán- dole ignorante, nécio y engañador; pero nuestro Brindis armado con el escudo de la tolerancia cris- tiana quedó triunfante, adornadas sus sienes con dos coronas, una de la fé y la otra de la paciencia. 8. El celo del amor de Dios y salvacion de las almas, que ardia en el corazon del varon santo, no le permitia estar ocioso, valiéndose de las oca- siones que se le ofrecian. Trabajaba incesante- mente á honra y gloria de Dios, ya con la pluma escribiendo libros llenos de sabiduría celestial, y ya con la boca predicando desde el púlpito, y exhortando en conversaciones privadas y disputas públicas, de lo que resultaba (mediante la gracia del Señor) la conversion de muchos pecadores, ju- díos y herejes. En una ciudad de Bohemia, habien- do convertido muchos herejes y entre ellos gran-

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