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o ón gros y prodigios, que en su memoria se escribió un elogio, aplicando al siervo de Dios aquellas pala- bras de San Juan (1), que dicen: Mirad, todo el mun- do se va tras él. Este elogio tan raro en el varon santo de seguirle todas las gentes de los pueblos en crecidísimas tropas (y de que apenas se hallará otro ejemplo), le es tan merecido como celebrado; pues apenas habrá otro, que con mas solicitud hu- yese los aplausos del mundo todo; y aun por eso el mundo todo le seguia con aplausos; pues esta es la naturaleza de las honras, seguir á quien las des- precia. 11. Deseaba mucho nuestro Brindis vivir reti- rado en algun convento de los que la religion tie— ne en desierto y cuando alguna vez lo lograba, es- taba como en un paraiso; pero como el oficio de la predicacion; los cargos de la Orden; los empleos de Embajador y otros, en que se ocupaba á honra y gloria de Dios y bien de la Iglesia, no le permitian el retiro de las gentes, vivia mortificado y aun po- demos decir, que confundido. De su parte ponia cuantos medios eran posibles para ocultarse. Lle- gaba muy de noche á los pueblos y salia muy tem- prano para no ser visto. Se disfrazaba para no ser conocido. Pero pasaba aun á mas la humildad de nuestro Brindis: nada sabia de lo que sabia. Era doc- tísimo en la Teología Escolástica, en la Dogmática y Expositiva: versadisímo en concilios y Santos Pa- dres: instruido en Cánones, y Derecho Pontificio: sabia con perfeccion las lenguas Latina, Griega, (D Ecce mundus totus post cum abiit Joan. cap. 12. 19. a IÓN

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