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o lla sentencia de San Agustin, que dice (1): Vo sea el fin de nuestras obras buenas la alabanza de los hombres; antes bien las debemos referir d Dios, de guien nos viene todo lo que es digno de alabanza. 7. Era tal su humildad,juntoconsu caridad (pues nunca una virtud está sin otra), que aun siendo General de toda la Orden, los ratos que le dejaban las ocupaciones propias de su oficio y comunes de todo religioso, los empleaba en servir á los enfer- mos, limpiar los vasos, hacer las camas y conso- larlos en sus tribulaciones. Otras veces iba á ayu- dar al cocinero, barria la cocina y fregaba los pla- tos, hallando en estasy otras humildes ocupacio- nes sus mayores delicias. Cuando en las visitas hallaba algun Fraile delincuente, bastaba para per- donarle el quese humillase, reconociendo su culpa; puesesta virtud, que tanto amaba en sí, le robaba las alenciones en otro y aun cuando era necesario echar mano del castigo, se miraba antes á sí mis- mo y contemplándose el mas delincuente de los - mortales, no se atrevia á condenar al súbdito, sin tomar para sí mayor castigo. Siempre se hallaba: en su propio conocimiento y nunca acreedor á ] menor honra, huyendo presuroso aun de su som- bra. Varios casos comprueban esta verdad, de los que referiremos algunos y sea el primero el que sucedió en Dola. Es esta ciudad la capital de Bor- goña, provincia que se llama el condado libre, don- de la Religion Católica con singularidad resplan- dece y á ninguna otra es inferior en la devocion á (PS. August. in Psatlm. 118, Serm. 12. Y "PO e É y pode -, a . e

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