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p - e e á Lal 07 Y . ( — 115— ra eres otra cosa que un puñado de polvo, un poco de ceniza? ¿Quién eres tú, Lorenzo, sino el mayor peca- dor del mundo? Este era el concepto que formaba de sí; y si hubiésemos de formar un tratado ade- cuado y completo de la humildad de Brindis, era necesario recorrer todos los lances de su vida, pues, toda ell: está sembrada de los frutos precio- sos de esta hermosa virtud. Con este lastre de su conocimiento propio, corrió el peligroso golfo de los aplausos con tan feliz fortuna, que no le marea- ron las hinchadas olas del amor propio, agitadas del torbellino de la vanidad. No hay humildad mayor ni mas recomendable, dice San Bernar- do (1), que la de aquel sugeto, que se halla conde- corado con puestosy dignidades. Pudiéramos de- cir, que desde los primeros años le habia lisonjeado la fortuna á nuestro Brindis con los mayores aplau- sos en puestos y dignidades dentro y fuera de la Orden. En la flor de su juventud le eligieron Pro- vincial, Comisario General, Difinidor General, y últimamente Ministro General de toda la Orden. El Pontífice le nombró Embajador al Emperador de Alemania, despues al duque de Baviera, y á otros príncipes. Mandó que tuviese entrada libre en Palacio, y que se le recibiese con los mismos honores y ceremonias que á los Cardenales. Los aplausos que se mereció en todas las córtes de Italia, y aun en todo el mundo por su gran santi- dad y prudencia, fueron extraordinarios aunque 1l,. Magna prorsus, etc., rara virtus est humilitas honora- ta. S. Bernard serm. 4, super Misus..

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