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3 de E nd > — 112— aquellas demostraciones indispensables de cariño, nunca le alteraba el rostro, ni daba señal de ha- MNarse bien entre los halagos, gustos y lisonjas, mi- rando con ceño desde aquella inocente edad todo lo que podia ofender á una humildad profunda- Por huir tambien la vanidad mundana, se vistió desde niño un hábito humilde de nuestro pad: 2 San Francisco, para despreciar el mundo; y no so- lo se vistió el hábito exterior, sino que para apren- der la humildad de tan gran Padre, se retiró aun siendo niño de cuatro años, entre sus hijos los frailes menores conventuales, apreciando mas en aquella tierna edad el gracioso título que le daban de Fr. Julio César, que así se llamaba entonces, que todos los demás títulos y nobles tratamientos, que el siglo da á sus amadores. Ni eran vulgares - las señales de humildad que en aquella tierna edad se notaron. Era alabado de todos, y aun admirado, por el raro dón con que el cielole adornó de pre- dicar, y esto con aprobacion y aplauso del mismo Arzobispo de Brindis, que concurria á sus sermo- nes, llenándole de elogios, y dando gracias al Se- xl for por aquel prodigio. No podian ocultarse á la - perspicacia de esta inocente criatura tantos elogios como la fama por todas partes difundia; pero aquí la fuerza de la virtud divina y lo sublime de la hu- mildad del Santo Niño. Dicen todos los historiado- res y analistas, que en medio de tan públicos y repetidos elogios, nunca se le notó alegria, 6 mo- vimiento alguno de gusto, 4 complacencia, ni me- nos de presuncion, 6 amor propio, siendo tan na- tural estos efectos en aquella edad.

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