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— 111— prendas, que á la verdad son dignas de estimacion y aprecio: Muy linces, cuando despejados los humos del amor propio, miran el oro de los dones de Dios afeado con el lodo de la miseria terrena. Entonces dando otro paso la humildad con la discrecion, separa el lodo del oro y lo precioso de lo vil, de suerte, que volviendo á Dios lo que es de Dios, se queda solamente con lo que tiene de sí mismo que es nada. De aquí nace, que los mas santos se repu- ten por los mas viles de todos los pecadores, porque teniendo siempre clavados los ojos en las miserias con que les parece obscurecer los beneficios divi- nos, no es facil persuadirles á que puedan caber en otros con tales obligaciones, mayores ingratitudes. Concuerdan con este sentimiento las palabras de San Gregorio (1): «Tanto mas preciosa, dice el san- «to, se hace una alma á los ojos de Dios, cuanto es «en los suyos mas despreciable. De aquí se le dijo «á Saul: ¿Por ventura no te costituí por cabeza de «las tribus de Israel, cuando eras pequeño en tus «ojos? como si claramentese le dijera: Fuistes para «mí grande, porque fuiste para tí pequeño.» Hasta aquí San Gregorio. Esta idea perfecta de la humil-. dad, no solo la guardó el siervo de Dios aun en las mayores dignidades y prelacías, sino que parece na- ció marcado con ella del vientre de su madre. Una cosa singular se notó en este grande héroe, aun. siendo niño: en los brazos de su madre, no obstan- te su afable rostro y hermosura, no admitia jamás aquellas caricias y halagos, que son propios de tan tierna edad; y aun cuando su madre le hacia (D Dit. Gregorius lib, 12. Moral.

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