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o de dilatar la fe y de promover la religion católica, enviando Apóstoles por todo el mundo: de suerte que se vió renacer en su tiempo aquel siglo de oro que las fábulas atribuyen al reinado de Saturno. Siendo general el siervo de Dios, vivian en la Orden tres grandes santos, San Fidel de Sigmaringa, San José de Leonisa y San Serafin de Montegranario. 14. Acabando felizmente el gobierno de la Or- den, cayó malo el siervo de Dios, sin duda por su vida austera y penitente, y aun mucho más por los trabajos y penalidades de caminos tan dilata- tados. Vino á España, pasó á Francia, visitó todas las provincias de Sicilia y de Italia, estuvo en Flandes, recorrió casi toda la Alemania; con que no es mucho, que en tan penosas tareas y siem- pre á pié y descalzo, á no estar enfermo, contraje- se no pocas enfermedades pues aunque no tenia más que cuarenta y seis años de edad y veinte y ocho de religion, y gozaba una naturaleza fuerte y robusta, no era de bronce para no sentir. Afligían- - le los dolores de gota, le molestaban otros varios accidentes, pero no por eso gozaba de quietud. Conociendo la santidad de Paulo V, la gran pru- dencia y talentos del siervo de Dios, le envió por Embajador extraordinario al emperador de Alemania, para tratar unos negocios graves. Fué recibido en Viena con todas aquellas ceremonias y formalidades de pompa y majestad, que se acos- tumbran, sin que el aire de la vanidad le tocase en nada; y si este recibimiento exterior fué plau- sibley grande, no fué menos grande el gozo y afec- to interior con que le recibió el mismo emperador.

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