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e A vechados en las virtudes. Y al contrario, si halla- ba algunos olvidados de la perfeccion, que pide nuestro seráfico Instituto, encendido en el zelo del honor divino y aprovechamiento espiritual de sus súbditos, los despertaba del pesado sueño de su indolencia con el golpe de una severa repren- sion, mezclando siempre el óleo del agrado, y suavidad con el vino fuerte del rigor y seriedad. Por mas graduados que fuesen los delincuentes, salian corregidos, sin que las diferencias de las personas fuese capa de las acciones, ni acobarda- se su libertad. Queria que los provinciales, guar- dianes, difinidores, y demás prelados de la Órden, como eran primeros en la dignidad y el imperio, lo fuesen tambien en la regular observancia; por lo cual reprehendia á estos con mayor rigor, aun siendo menor el exceso. Y en fin, para la correc- cion y enmienda de unos y de otros, tenia muy presentes las palabras de San Gregorio el Magno (1): El que tuviere súbditos (dice), prevéngase de misericordia, con que justamente los consuele, y de severidad, con que piadosamente los corrija, juntan do con igualdad estos afectos, de suerte que ni la as- pereza encone la llaga, ni la benignidad la empeore. Era enemigo declarado de las novedades en la Ór- den, aunque fuese con el pretexto de mayor y- mas perfecta observancia. Decia, que nuestras sagradas constituciones, y leyes estaban tan per- fectamente arregladas (como dictadas por el Espí- ritu Santo), que nada se podia quitar ni añadir A Greg. pe 21. Moral cap.. $, 4

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