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de Sigmaringa Algunos asesinos comprados por ellos apu- fialaron en Clus al gentil hombre Antonio de Gugelberg cuando iba en busca del P. Fidel para abjurar la herejia. En uno de sus bolsi- llos fué hallada una carta de un amigo suyo de la Valtelina, en la que le decia: «Andad con tiento, y que se cuiden también el P. Fidel y demas capuchinos, porque se ha tramado con- tra ellos una sangrienta conjuracién.» Tal era la bondad evangélica de aquellos pastores protestantes. El Santo veia con claridad meridiana las se- fiales precursoras de la tempestad inminente. En todos sus discursos y cartas de este tiem- po vése el anuncio del fin préximo y sangrien- to que le esperaba: dolorosa profecia que iba acentudndose mas de dia en dia. Continud, no obstante, su obra con mas valor y heroismo. Registraba las bibliotecas de los predicantes ambulantes, destrufa los libros malos, trabaja- ba por introducir el calendario gregoriano, co- rregido algunos afios antes, visitaba con fre- cuencia las iglesias de su territorio, y procu- raba las mejoras necesarias 0 convenientes de las mismas. Por su palabra de fuego e indul- gente caridad habiase ganado el respeto y el
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