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de Sigmaringa 27 CAPITULO VII El predicador EK Padre Fidel, excelente abogado en otro tiempo, aprendié en la soledad a ser un excelente predicador. Era alto de estatura, su frente despejada, regular la barba y el cabe- llo rubio oscuro. Su mirada, aunque viva, te- nia una dulzura natural que cautivaba al oyen- te y dejaba en su alma una impresién imborra- ble. Su voz era vibrante. A la prudencia, al saber, a un conocimien- to perfecto de los hombres, afiadia una nocién muy elevada de la dignidad del predicador. Lleno de desconfianza en si mismo, imploraba con ardor el auxilio de lo alto, y pasaba una hora ante el sagrario antes de predicar. Cada dia purificaba su alma en el Sacramento de la penitencia. Mas, no se crea que esta era la tinica preparacién de sus sermones. En aquellos \

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