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CONFERENCIA VIGÉSIMA TERCERA 89 que de paso!, ¡si, como dice el Apóstol: «No tenemos aquí ciudad permanente, sino que vamos en busca de la que está por venir!» (1); ¡si la exis- tencia del hombre sobre la tierra es como una peregrinación de penitencia que realiza á través de este valle de lágrimas y quebrantos!; ¡si todo lo que al presente poseemos lo tenemos como de prestado y en depósito, habiendo de dejarlo todo forzosamente antes de emprender el viaje de la eternidad!; ¡si, como nos enseña San Pablo: «Nada hemos traído á este mundo, y sin duda que tam- poco podremos llevarnos nada!» (2). Finalmente, si la vida humana es tan incierta que no tiene el hombre ni un momento seguro de ella: ¿Cómo, pues, la amamos con tanto frenesí?, ¿cómo pega- mos nuestro corazón tan excesivamente á sus bienes perecederos?, ¿por qué nos desvivimos por alcanzar su mentida felicidad? La razón de este lamentable desorden es, sin duda, hermanos míos, la disminución de la te y sentimientos religiosos; la falta de meditación de los novísimos y postrimerías del hombre; el olvido de las verdades eternas y, en una palabra, aquella disipación del ánimo á que aludía el profeta Jere- mías cuando dijo: «La tierra está horrorosamente desolada (de virtud), porque no hay nadie que reflexione en su corazón» (3). Esta es la causa de la insensata codicia con que los hombres buscan (1) Hebr., XII, 14. (2) 1 Tim., VI, 7. (3) XI, 11.

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