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CONFERENCIA VIGÉSIMA SEGUNDA 79 consiste en atender al sentido de las palabras que se pronuncian. La atención espiritual es la que se fija, sobre todo, en adorar á Dios, amarle, darle gracias y pedirle mercedes. Mientras los labios pronuncian distintamente las palabras, el corazón medita en las perfecciones de Dios, en los miste- rios de la vida y Pasión de Nuestro Señor Jesu- cristo. Este género de atención es el más per- fecto, meritorio y fructuoso y el que engendra en el alma la verdadera devoción. De todos modos podéis elegir la que más se adapte á vuestro carácter, pero procurad tener siempre una de esas atenciones, porque rezar voluntariamente distraídos, sin la debida dispo- sición de ánimo, sin afecto interior, maquinal- mente y de rutina, por salir del paso, es imitar la conducta de los fariseos, á quienes dijo Jesu- cristo: «Hipócritas, con razón profetizó de voso- tros Isaías, diciendo: este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de Mí» (1). Semejantes alabanzas no pueden ser á Dios agra- dables; suenan á lo más á sus oídos como el susurro del viento, ó el mugir de las olas, ó la incesante algazara de los pájaros; le son cosas indiferentes, porque no las acompaña el corazón. Esforzaos, pues, amados terciarios, á cumplir el rezo que la Regla os prescribe, con las circuns- tancias que acabamos de indicar; cumplidlo, sobre todo, con exactitud y fidelidad, sin omitirlo jamás () Matth., XV, 7.
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