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76 DEL REZO DE LOS TERCIARIOS ocupa de Dios y se deleita en la consideración de su bondad y en la grandeza de sus divinas perfec- ciones. La fe ilumina la mente, la devoción ama el objeto que la fe le muestra tan digno de ser amado. La devoción llena el alma de santos afec- tos y une con Dios nuestra voluntad, haciéndo- nos desear lo que Él desea, mientras que la fe prepara el camino para el logro de todas estas cosas. Esta devoción es sumamente necesaria para que nuestras oraciones vocales nos sean prove- chosas, pues, como dice San Gregorio: «Los ver- daderos ruegos no consisten en las voces de la boca, sino en el afecto interior del corazón; por- que las voces que llegan á penetrar los oídos de Dios, no son las palabras que salen de los labios, sino los deseos santos y las aspiraciones que salen del corazón. Si pidiéramos al Señor la vida eterna y no la deseáramos con el corazón, gritando, callaremos; y hablando mucho, estaremos mudos en la divina presencia» (1). Para tener en el rezo esta devoción tan in- dispensable, conviene ayudar nuestra flaqueza con algunos medios para tener atado el efecto de la voluntad mientras pronuncia la lengua las pala- bras. Permitidme que os indique algunos de estos medios de que podéis valeros para mantener en- cendido en vosotros el fuego de la devoción, á fin de que elijáis el que mejor se adapte á vuestro (1) Mor., lib. XXI, cap. 13.
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