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CONFERENCIA VIGÉSIMA SEGUNDA 15 son los santos del cielo y nuestros hermanos de la tierra los que recrean los oídos de Dios con sus melodiosos cánticos, es, Jesucristo nuestro Her- mano Mayor, que habita en medio de nosotros en el tabernáculo de su amor y está á la diestra del Padre mostrándole las señales de la Redención é intercediendo siempre por todos nosotros. Estos pensamientos inducían á los santos á rezar con tanta reverencia y respeto el Oficio di- vino, que se hubiera dicho que veían á Dios pre- sente ante sus ojos. De nuestro Seráfico Padre, cuenta San Buenaventura, que acostumbraba á rezar las Horas Canónicas con gran devoción y temor de Dios, y que á pesar de sus achaques, jamás se apoyaba en ninguna parte mientras re- zaba, estando siempre en pie con la cabeza des- cubierta y los sentidos recogidos. El conde San Elzeario, aunque sólo era terciario y de consi- guiente, no obligado como los sacerdotes al Ofi- cio, hacíalo no obstante con tanta puntualidad y exactitud, que no osaba omitir siquiera una coma. San Luis, rey de Francia, aun estando cautivo de los sarracenos, rezaba con suma diligencia el Oficio de Nuestra Señora, y habiendo perdido el Breviario, decía con gran fervor el oficio de los Padre nuestros. No basta rezar el Oficio con sentimientos de fe, es menester además que acompañe la devo- ción. La fe nos hace mirar á Dios presente, la de- voción es el afecto del alma que se dirige á Dios, es el dulce entretenimiento del corazón que se ER ID f + | I
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