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De rro IÓ 62 LA COMUNIÓN —— sólo pueden tenerlas almas de gran perfección, porque os equivocariáis lastimosamente. Se ha de tener muy en cuenta que los Sacra- mentos han sido instituidos, no para los ángeles, sino para los hombres y que, por consiguiente, para recibirlos dignamente no se requieren dispo- siciones angélicas, sino humanas, es decir, com- patibles con nuestra poquedad y miseria; disposi- ciones que, con la gracia de Dios y la cooperación de nuestra voluntad, cualquiera puede tener. Decía San Francisco de Sales á este propó- sito (1): «Dos suertes de personas deben comul- gar á menudo: los perfectos, porque como están bien dispuestos quedarían muy perjudicados en no llegar al manantial de la perfección, y los im- perfectos, para tener justo derecho de aspirar á ella; los fuertes para no debilitarse, y los débiles para fortalecerse; los enfermos para alcanzar la salud, los sanos para no enfermar.» De donde se sigue, que ni las imperfecciones, ni aun los mismos pecados veniales, pueden ser impedimento positivo para comulgar á menudo. Sólo el pecado mortal incapacita absolutamente para esto y nos hace indignos de acercarnos á la Sagrada Mesa. Sobre este particular ha dado la Iglesia recien- temente un importantísimo decreto que conviene recordar aquí (2). Dice el mencionado documento; «La Comunión frecuente y cotidiana, tan deseada (1) Introducción á la vida devota, cap. XXI. (2) De quotidiana SS. Euch. sumptione, 20 Diciembre 1905.

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