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CONFERENCIA VIGÉSIMA 49 pronto se sintiera herido por el aguijón de la culpa, pudiera aplicarse el bálsamo que lo curase. Para persuadiros mejor de esto, ved cuánto cuesta de curar cualquiera enfermedad ó dolencia de las muchas que frecuentemente aquejan á nuestra miserable naturaleza. ¡Qué de remedios tan costosos tiene para esto preparada la medi- cina!; ¡qué sacrificios tan dolorosos es preciso imponerse á las veces para sanar de cualquier enfermedad! Son éstos tales, que, en muchos casos, sería muy preferible la misma muerte. En cambio, para sanar de las terribles heridas del pecado, para curar al alma de sus enfermeda- des, y aun para devolverle la vida sobrenatural de la gracia cuando la ha perdido, basta dar algunos pasos para ir en busca del sacerdote, médico celestial dispuesto á aplicar el oportuno remedio, sin que por ello se exija gasto alguno de intere- ses, ni se impongan otras condiciones que el arre- pentimiento, el sincero propósito de la enmienda y la humilde y sencilla acusación de las culpas cometidas. Todo lo cual puede hacerlo el hombre, ayudado de la gracia de Dios que nunca falta al que con fervor la solicita, en brevísimo espacio de tiempo, y sin que sufran perjuicio alguno las ocupaciones más perentorias de la vida. Una con- fesión bien hecha, en efecto, puede realizarse, aunque sea de mucho tiempo, en una media hora escasa; y los que llevan una vida arreglada y se confiesan con frecuencia, en unos cuantos minu- tos. Sucede en esto lo que con las cuentas, que 4

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