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CONFERENCIA VIGÉSIMA 47 son, en fin, terciarios de nombre. ¿Habrá alguno de éstos entre vosotros? Muy de lamentar sería esto porque semejante terciario debe hacer sin duda poco honor á la Congregación á que perte- nece. ¿Pero por qué causa ha de omitirse una obliga- ción tan fácil de cumplir como es la confesión mensual? ¿Tan dificultoso es confesarse? ¿Tanto tiempo se necesita para ello? Ni una ni otra cosa ciertamente. Porque Jesucristo, que instituyó los Sacramentos para los hombres, no había de hacer- los tan dificultosos que su práctica resultara impo- sible para nadie. Compréndese que un cristiano indiferente, de fe apagada, de costumbres desarregladas y que carece de todo fervor religioso se escuse de con- fesarse con frecuencia, le parezca la confesión un acto penoso, una empresa dificultosa. Pero esto en un hijo de San Francisco, en un terciario que hace profesión de piedad, que debe tener muy vivas las creencias cristianas, es inexplicable, á no ser que se admita que el tal no tiene de terciario más que el nombre y el hábito que viste. No, carísi- mos hermanos: la Confesión Sacramental no es ningún acto que imponga grandes sacrificios, no es como pretende la impiedad el tormento de las conciencias, no es ni siquiera una obra para la que se necesite mucho tiempo para realizarla debi- damente. Es todo lo contrario: es un acto grande- mente consolador y que llena el alma de inefables alegrías; pues yo no sé que pueda darse en la
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