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42 LA CONFESIÓN fragor de esta lucha titánica cae arrollado á los pies de sus fieros enemigos, recibiendo heridas mortales que le despojan de la gracia y le privan de la vida sobrenatural. Es un pobre navegante que se ve precisado á hacer la travesía por el mar proceloso de este mundo, embarcado en el débil esquife de su flaca naturaleza, y que, sorprendido en alta mar por horrorosa tormenta, azotada la quilla de su bajel por el huracán de las pasiones y embestido furiosamente por las encrespadas olas, da por fin en un escollo en donde destrozada su nave, naufraga, y perecería irremisiblemente á no tener á mano una tabla salvadora que le con- dujera al puerto de la gracia. ara atender, pues, á todas estas necesidades del hombre, instituyó Jesucristo el Sacramento de la Penitencia, que es el bálsamo que cicatriza y cura las heridas producidas en el alma por el pe- cado, aliento que vivifica de nuevo á los muer- tos por la culpa, tabla, en fin, destinada á salvar á los desgraciados náufragos que perecieron en el abismo insondable de las aguas del pecado. Es, por consiguiente, este Sacramento, medio indis- pensable para recobrar la gracia, é instrumento ne- cesario para alcanzar la salvación á todos los que han tenido la desdicha de ofender á Dios gra- vemente. Claro está que para conseguir todos estos salu- dables resultados de la Confesión Sacramental, es preciso practicarla debidamente, toda vez que en el Sacramento de la Penitencia no es menos nece-

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