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CONFERENCIa DÉCIMANONA 31 blos de la Edad Media, á pesar de sus culpables extravíos, no obstante sus lamentables excesos, eran profundamente cristianos, tenían muy arrai- gadas las convicciones religiosas, había en ellos una fe más robusta que la que hoy generalmente se tiene. Las máximas del Evangelio, si no siem- pre ejercían influencia decisiva en las costumbres, todavía infundían respeto, y si no se tenía el sufi- ciente valor para practicar la pobreza, la humildad y la penitencia, había bastante sentimiento cris- tiano para rendir á esas virtudes la debida consi- deración y admirar con respeto á los que las ejer- citaban, en suma; aquellos pueblos podían ser corrompidos en sus costumbres, pero estaban muy lejos de ser impíos ni anticristianos en sus ideas. Para aquellos tiempos y para aquellos pueblos de tendencias marcadamente ascéticas y de fervo- rosa piedad, en los que se veían muchedumbres salidas de todos los estados y clases sociales, an- siosas de reforma cristiana, escribió San Francis- co la Regla de la T. O., en la que tanto abundan las austeridades y se prescribe un tenor de vida tan ajustado á los consejos del Evangelio. Ciertamente, carísimos terciarios, que si el Se- ráfico Fundador hubiera tenido que instituir su O. T. en estos menguados tiempos en que nos ha tocado vivir, haciéndose cargo de las actuales cir- cunstancias, teniendo en cuenta el decaimiento fí- sico de la actual generación, su enervamiento moral y su falta de fervor cristiano, hubiese miti-

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