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CONFERENCIA TRIGÉSIMA PRIMERA 237 á4 sus hijos: «No tengáis reparo en atribuir á María todo lo que no repugne á su dignidad de Madre de Dios.» Estas palabras del Santo Pa- iriarca han sido el lema de la bandera de la escuela Franciscana: con ellas parece que señaló á sus hijos la medida del honor que debían tribu- tar á María Santísima; y las familias Franciscanas, fieles á la consigna de su Seráfico Padre, se han inclinado en todo tiempo á lo que era más noble y glorioso para la Madre de Dios. Para el fran- ciscano, las grandezas de María no han tenido otro límite que lo que enseña la fe, ó condena como absurdo el sentido común. De aquí su tenacidad y constancia en haber siempre defen- dido la Concepción Inmaculada de María: de aquí su celo por multiplicar fiestas y devociones en obsequio de esta Señora: de aquí, finalmente, el fervor y entusiasmo con que los hijos de San Francisco han amado á su Soberana Reina y Pa- trona, han publicado sus glorias, han extendido su culto y han llenado el mundo del suave aroma de la devoción á María. Si quisiera, hermanos terciarios, enumerar todas las prácticas piadosas, todas las festivi- dades, cada una de las advocaciones con que los Franciscanos han dado á conocer á la Madre de Dios y la han hecho amar de los pueblos, me haría interminable. Ellos introdujeron la pia- dosísima devoción del Angelus para saludar tres veces al día á la Reina de los Angeles: ellos presentaron á María bajo la tierna y patética
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