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236 DEVOCIÓN Á MARÍA SANTÍSIMA o geles se alegran, el mundo goza, tiembla el in- fierno y huyen los demonios. ¡Oh Santísima Virgen María! No habéis tenido igual entre las mujeres: Vos sois la Hija del Altísimo Padre Celestial, la Madre de Nuestro Señor Jesucristo y la Esposa Inmaculada del Espíritu Santo.» Ahora bien, siendo el Penitente de Asís el Pa- triarca de tres numerosas Órdenes religiosas que ideó á la sombra del santuario de Nuestra Señora de los Angeles, no podía menos de comunicar á todos sus hijos el amor y entusiasmo que su alma seráfica sentía por la Santísima Virgen. Y así ha sucedido, en efecto: los hijos de San Francisco han recibido, como riquísima herencia de su Seráfico Padre, el amor á María Santísima; por eso hanse visto siempre entre ellos á los más esforzados campeones de esta Soberana Reina, y á los más acérrimos defensores de sus excelsas prerrogativas. Los Antonios de Padua, los Bue- naventuras, Duns Escoto, Bernardinos de Sena, Leonardos de Puerto Mauricio... los nombres de estos ilustres hijos de San Francisco, ¿no son la más brillante confirmación de esta verdad? ¿Y qué otra cosa nos dice la historia de la Orden Francis- cana en todas sus páginas? Esa historia ¿no parece, realmente, una grandiosa epopeya desti- nada á narrar la incesante labor de los hijos del Seráfico de Asís, en el transcurso de siete siglos, para glorificar á la Madre de Dios y defenderla de los ataques de sus enemigos? En ocasión bien solemne Francisco había dicho
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