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CONFERENCIA TRIGÉSIMA PRIMERA 235 A sus almas y los más encendidos afectos de sus corazones, cumpliéndose puntualmente aquellas palabras de la Sagrada Escritura que le aplica la Iglesia: In plenitudine sanctorum detentio mea. (1) «Hice mi morada en la plenitud de los Santos.» Pero, ¿para qué detenerme en demostrar una cosa de la que todos vosotros estáis persuadidos? ¿Quién ignora que la devoción á María ha sido en todas las épocas del Catolicismo, el sol de la vida: cristiana, el calor de la devoción, el alimento de la piedad, las alas con que se remontaron á la cumbre de la perfección los elegidos de Dios, el fomento de las virtudes y, finalmente, el hechizo celestial de las almas verdaderamente cristianas? Y siendo esto así, ¿podía faltar cosa tan necesaria y esen- cial á la perfección franciscana? ¿Podía ésta dejar de inculcar en sus profesores la más tierna y gene- rosa devoción á María Santísima? No, ciertamente; y por eso digimos en un principio que semejante devoción era el genio característico de las fa- milias Franciscanas. Francisco de Asís debe ser contado, y con razón, entre las almas más enamoradas de María. Su corazón de fuego sentíase arrebatar dulce- mente por la belleza sobrehumana de esa Celes- tial Señora, la cual le sacaba fuera de sí, hacién- dole prorrumpir en estas devotas exclamaciones: «Cuando digo Ave María, ríen los cielos, los án- (1) Eccli., XIV, 15.
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