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CONFERENCIA VIGÉSIMA OCTAVA 193 Ved, pues, con cuánta razón hemos podido afirmar que la Misa es como una traza amorosa de que Dios se ha valido para que nosotros, sus pobres criaturas, pudiéramos llegar á cumplir de- bidamente las grandes obligaciones que para con Él tenemos. Lo cual debe despertar en vosotros grande amor y afición hacia un tan alto y magní- fico Sacrificio y estimularos poderosamente á asistir á él todos los días. Porque habéis de saber que de los riquísimos frutos de la Misa y de los celestiales tesoros que encierra, gozan de un modo especial los que devotamente asisten á ella, y esto por dos motivos: el primero, porque durante el Santo Sacrificio se hace repetidas veces singu- lar mención de los presentes, para rogar á Dios por ellos, y porque el sacerdote ofrece la Misa, entre otras intenciones, por los que asisten á ella, como clara y terminantemente lo expresa al hacer el ofrecimiento de la Hostia, y el segundo, porque los asistentes á la celebración delaugusto Sacrificio de nuestros altares, no se han de considerar como meros espectadores de los soberanos misterios que allí se representan, sino más bien, como co- operadores en aquella obra sublime, como si ejer- cieran un sacerdocio espiritual que les da derecho á ofrecer á Dios aquel divino Sacrificio, junto con el ministro de la Iglesia. Y así es, en realidad: el que asiste á la Misa puede y debe ofrecerla á Dios por los fines para que fué instituida y por sus intenciones particula- res, teniendo derecho á esperar un fruto especial, 13
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