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182 DEL SACRIFICIO DE LA MISA amor y agradecimiento á Dios, que se dignó honrar la humana naturaleza otorgándole la facultad de celebrar tan augusto Sacrificio. Comenzaré, pues, por lo que tiene la Misa de más digno y estimable, es á saber: ser ella la renovación constante, la prolongación, digámoslo así, á través de los siglos, del Sacrificio de la Cruz, del que no difiere sino en el modo como es ofrecida la víctima. Jesucristo, como dice San Pablo (1), se inmoló una sola vez en el altar del Calvario y sobre el ara santa de la Cruz, ofreciéndose á su Eterno Padre como hostia propiciatoria, y anulando, por este medio, la sentencia de condenación que pe- saba sobre la mísera humanidad desde la infausta prevaricación de nuestros primeros padres. Fué aquella una inmolación sangrienta, porque sin sangre, y sin sangre divina, no podía haber re- misión, según frase del Apóstol, ni podía cance- larse el decreto de muerte que había contra no- sotros, mientras Cristo no pagase nuestra deuda y clavase en la Cruz la cédula justificante de nuestro rescate (2). Pues bien, amados terciarios: aquella divina inmolación se renueva constantemente en nuestros templos; la Misa no es una mera representación, un recuerdo solamente, una figura del Sacrificio de la Cruz, sino el mismo Sacrificio substancial- mente considerado, porque en la Misa y en el Sa- (1) Hebr., IX, 28. (2) Colos., Il, 14.

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