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CONFERENCIA VIGÉSIMA OCTAVA 181 das, y le rinde mayor honor y vasallaje que el que puede provenirle de la adoración de todas las cria- turas, por excelentes y privilegiadas que sean. No se complace Dios, en efecto, tanto en el abrasado amor de los serafines ni en la belleza y perfecciones sin cuento de los otros espíritus celestiales, como en solo el Sacrificio de nuestros altares. Ni á su nombre adorable tributan mayor gloria y alabanza el harmonioso concierto de las celestes jerarquías que el Santo Sacrificio de la Misa. En resumen: ni los cielos ni la tierra ni los hombres ni los ángeles, pueden ofrecer á Dios nada más digno de su Majestad que la Hostia Santa, Pura é Inmaculada que todos los días le ofrece la Iglesia Católica por medio de sus sacer- dotes. A este Sacrificio de tanto mérito, á esta obla- ción tan agradable aludía el Señor cuando dijo por el profeta Malaquías (1): «No aceptaré ya de vuestra mano ofrenda alguna, porque desde Le- vante á Poniente se ofrece á mi nombre una ofrenda pura.» ¿Qué es, pues, la Misa? ¿Qué excelencias con- tiene? ¿Qué misterios representa que la hacen tan digna de respeto? ¿De dónde proviene esa supe- rioridad que tiene sobre todos los antiguos sacri- ficios? Esto es lo que yo quisiera declarar en estos momentos para estímulo de vuestra devoción, y para despertar en vuestras almas sentimientos de () Lu.
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