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CONFERENCIA VIGÉSIMA SÉPTIMA 165 A. ——— bre reprensible que desagrada mucho á Dios, y provoca su justísima indignación por la falta de temor y respeto que supone en quien frecuente- mente, y por cosas de poca ó ninguna importancia, invoca su santo nombre como testigo. El Seráfico Padre San Francisco, deseando apartar á sus hijos los terciarios de los peligros que trae consigo el abuso de los juramentos, esta- bleció en la Regla la siguiente ordenación: «Abs- ténganse los terciarios de jurar si no son cons- treñidos de urgente necesidad.» Esta disposición de la Regla está basada en el Evangelio, donde Jesucristo, confirmando los antiguos preceptos que prohibían el perjurio y los juramentos vanos, añade: «Yo os digo que no juréis de manera alguna, ni por el cielo porque es el trono de Dios, ni por la tierra porque es la peana de sus pies...; sea, pues, vuestro modo de hablar; sí, sí; no, no; porque lo que se añade á esto viene de cosa mala» (1). Con lo cual Jesucristo no es que haya condenado en absoluto el juramento como malo, según pretendieron algunos herejes que interpre- taron torcidamente estas palabras, sino sólo los juramentos sin manifiesta necesidad, pues Jesu- cristo, en este lugar del Evangelio, habla de la conversación ordinaria, la cual ha de ser sencilla é ingenua, y en manera alguna mezclada con im- prudentes é inútiles juramentos. Ahora bien: si todo cristiano debe tener muy (1) Matth., Y, 35,
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