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164 EL TERCIARIO EN LA CONVERSACIÓN A ca Es e vocado como testigo sapientísimo é incorruptible de la verdad y rectitud de aquel que pronuncia el juramento. Por lo cual vemos que la Iglesia no sólo autoriza el juramento, sino que lo impone en muchísimas ocasiones á sus ministros y tambiéná los simples fieles, para poner á salvo de la incons- tancia y malicia de los hombres los sacratísimos intereses de la Religión. Mas no obstante la bondad intrínseca del jura- mento, y á pesar de los provechosos resultados que se siguen de su práctica al individuo y á la sociedad en general, á nadie es lícito emplearlo sin justa causa, sin grave necesidad, ni por otro fin que el de asegurar la verdad, la justicia y los ntereses sacratísimos de Dios ó de su Iglesia. El juramento, como acto religioso, debe mirarse con respetuoso temor, y por lo mismo, no conviene prodigarlo, según nos lo advierte el Espíritu Santo con estas palabras: «No acostumbres tu labio á pronunciar juramentos, porque esta costumbre es causa de muchas faltas. Tampoco tomes continua- mente en boca el nombre de Dios, sí no es para honrarle, ni interpongas siempre los nombres de las cosas santas, porque no quedarás libre de culpa si lo haces. El hombre que jura mucho se llenará de pecados y no se apartará de su casa la desgracia» (1). Por donde se ve claramente que el jurar con demasiada frecuencia, lejos de ser una obra meritoria, es, al contrario, una costum- (1) Eccli., XXI,9.
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