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CONFERENCIA VIGÉSIMA SÉPTIMA 163 á sus atributos y perfecciones un culto soberano. Por eso vemos en el Antiguo y Nuevo Testa- mento que los sujetos más santos practicaban el juramento en las ocasiones más solemnes de la vida y en los negocios de mayor importancia. Más aún: el mismo Dios no se desdeñó de em- plearlo alguna vez para acrecentar nuestra con- fianza, como al prometer á Abraham que en recom- pensa de su heroica obediencia en ofrecerle á su hijo Isaac para ser sacrificado, multiplicaría su descendencia como las estrellas del cielo y las arenas del mar (1). Y no sólo esto, sino que Él mismo nos invita á practicar el juramento como cosa que le es muy agradable: «Temerás al Señor tu Dios y jurarás por su nombre» (2). Además de lo dicho, el juramento es una reco- nocida necesidad social que lo hace sumamente recomendable. En efecto: hay en la sociedad mul- titud de cosas y asuntos de vital interés para el orden público, para la defensa y seguridad de los individuos y para la paz y prosperidad de las fa- milias, los cuales importa sobremanera asegurar, no bastando para ello la garantía que ofrecen las promesas y las palabras del hombre, por motivos fáciles de comprender. Para estos casos, el jura- mento presta grandísimas utilidades á la sociedad civil, religiosa y doméstica, cuyos intereses pone bajo la protección del nombre de Dios, que es in- (1) Génes., XXII, 16. (2) Deut., VI, 13.
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