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CONFERENCIA VIGÉSIMA SÉPTIMA 159 —— sujeta á nuestra voluntad; las naves, por grandes que sean y por muy furiosos vientos de que se vean combatidas, con un pequeño timón, son llevadas á donde quiera la fuerza del que las diri- ge...; las bestias, las aves, las serpientes y cual- quier especie de animales son domadas por el hombre y sufren su yugo; mas la lengua ninguno de los hombres puede absolutamente domarla.»> Esta misma doctrina hallamos en muchos pasajes de los libros sapienciales, así del Nuevo como del Antiguo Testamento, en los cuales aprendieron, los maestros de la vida espiritual, las excelencias y ventajas del silencio, considerándolo como el único medio para atajar los innumerables males que trae consigo la demasía en el hablar, y como puerto seguro donde el cristiano debe guarecerse para evitar los riesgos del desenfreno de la lengua. No es, por lo tanto, de extrañar que la Regla de la O. T. atienda á este punto tan principal de la vida cristiana, y prescriba medios oportunos para precaver á los terciarios de los defectos y pecados en que pudieran incurrir, de no ser reca- tados en sus conversaciones. Con este objeto establece la siguiente ordenación: « Guárdense los terciarios de jurar á no ser que á ello les obligue una urgente necesidad. Eviten asimismo toda palabra indecorosa y absténganse de las chanzas poco honestas. Examinen por la noche su con- ciencia y si hallaren haber faltado en esto, arre- piéntanse y hagan alguna penitencia.» Sobre este estatuto de la Regla de la O. T. = Z ns - A Tn a = rs Y ERA
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