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12 TEMPLANZA Y DEVOCIÓN EN LA MESA formar parte de su carácter y ha de manifestarse en todos los actos de su vida. Como el desagra- decimiento fué el distintivo de los gentiles, según el Apóstol San Pablo (1), «pues conociendo á Dios no le glorificaron como á tal ni le dieron gracias,» así, por el contrario, la nota caracterís- tica de los verdaderos adoradores de Dios ha de ser el reconocimiento á las regaladísimas merce- des que nos ha dispensado y á los continuos bene- ficios que de su liberalidad recibimos. Por la lumbre soberana de la fe nos ha sido dado conocer que «en Dios vivimos, nos movemos y existimos» (2); que «de Él procede todo don perfecto» (3); que «Él es quien, abriendo sus ma- nos, colma de bendiciones á todos los vivientes» (4); «que del Señor es la tierra y cuanto hay en ella» (5); «que los cielos son la obra de sus ma- nos» (6); que Dios es, en suma, el principio único y necesario de todos los bienes que disfrutamos, así en el orden de la gracia como en el orden de la naturaleza. ¿Qué piden, pues, á grandes voces estas verdades, sino que el hombre sea agrade- cido á su Creador y munificentísimo Bienhechor? ¿Qué otra cosa demandan los favores que en cada instante de la vida recibe el hombre de su Dios, sino continuas y muy afectuosas acciones de gra- (1) Rom., I, 21. (2) Ac., XVII, 28, (8) Jacob., 1, 17. (4) Ps, 144, 16. (5) Ps. 23, 1. (6) Hebr., 1, 10,
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