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CONFERENCIA VIGÉSIMA SEXTA 155 semejante abominación; que estén desterrados de vosotros el odio, la animadversión y todo aquello que se opone al verdadero amor fraternal. A esto exhortaba el Apóstol á los fieles de Corinto cuando les decía: «Os ruego encarecidamente, hermanos míos, por el nombre de Nuestro Señor Jesucristo, que todos tengáis un mismo lenguaje y que no haya entre vosotros cismas ni partidos; antes bien, viváis perfectamente unidos en un mismo pensar y en un mismo sentir» (1). Por consiguiente, conforme os lo prescribe la Regla que habéis pro- fesado, mantened entre vosotros la caridad y la benevolencia; que pueda el mundo admirar en los terciarios de San Francisco el ideal de la verda- dera fraternidad, basada en las celestiales ense- ñanzas que brotaron de los labios del Divino Re- dentor de los hombres; que todos, en fin, al con- templar de cerca una congregación del Serafín Humanado, queden edificados y puedan exclamar con aquel grito de estupefacción que se escapaba á los paganos á vista de la concordia y amor que resplandecía entre los fieles de la primitiva Iglesia: «¿¡Ved cómo se aman los cristianos!» Termino esta conferencia exhortando á los terciarios á ser apóstoles de paz y medianeros de reconciliación para cumplir lo que ordena la Regla con estas palabras: «Siempre que pudieren pro- curen arreglar las desavenencias.» Sean, pues, los terciarios como ángeles de concordia, valiéndose A ii ENS A

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