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CONFERENCIA VIGÉSIMA SEXTA 151 lados, todos, en fin, los que vivían agobiados por el peso del dolor ó de la culpa, encontraban en la extremada caridad del Santo Patriarca, con- suelo para sus amarguras y bálsamo saludable para cicatrizar las heridas que desgarraban sus corazones. ¡Oh, cuántas veces llevó la tranquilidad á las conciencias agitadas por el remordimiento ó por amargas dudas ó desesperaciones! ¡Cuántas otras hizo renacer la paz en las familias, convertidas por las rencillas domésticas, en antro del infierno! ¿Quién es capaz de enumerar los pecadores que reconcilió con Dios, las lágrimas que enjugó, las penas que alivió, las miserias que remedió y, en fin, las empresas que realizó en favor de la do- liente humanidad? Fácil es comprender, después de lo dicho, cuán ardientemente desearía el Seráfico Patriarca, ver practicada, entre sus hijos, esa caridad del prójimo que tan profundas raíces había echado en su corazón. El que empleó su vida en predicar á los hombres la cruzada de la paz, de la unión, del amor fraternal y de la santa condescendencia de los unos para con los otros, no podía menos de anhelar porque sus hijos fueran los primeros en amarse mutuamente, ofreciendo al mundo el edi- ficante y hermoso espectáculo de una familia per- fectamente hermanada por los lazos de la caridad fraterna. Y así fué, en efecto, y así lo manifestaba él á sus religiosos en cuantas ocasiones tenía de diri- A A o Las AT A
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