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CONFERENCIA VIGÉSIMA SEXTA 149 de justos y pecadores, y, en fin, de amigos y ene- migos; á todos amó universalmente y por todos ofreció el sacrificio inestimable de su vida. Cari- dad verdaderamente nueva traída del cielo en la nave del Corazón de Cristo y desembarcada en las playas de este mundo para labrar la dicha de los hombres y hacer de todos ellos una sola fami- lía, un pueblo de hermanos unidos entre sí por un mismo corazón. II Pues bien, carísimos terciarios: esa caridad divina, ese fuego sagrado que Cristo trajo del cielo para caldear los corazones de los hombres ateridos por el frío del egoísmo, ese amor del prójimo que fué la suave lazada con que Jesu- cristo quiso unir entre sí, por vínculo indisoluble, á todos los miembros de la gran familia humana, ha de ser, muy particularmente, vuestro distin- tivo, el rasgo principal que caracterice vuestro modo de obrar como hijos de San Francisco. Sabido es que entre las nobilísimas virtudes que, á manera de riquísimas joyas, adornaban el alma de nuestro Bienaventurado Patriarca, desco- llaba el amor de Dios, como el sol resplandece entre las estrellas. Al decir del Seráfico Doctor San Buenaventura, el alma de San Francisco estaba impregnada del amor de Dios, al modo que el carbón que se echa en una hoguera toma el fuego y el brillo de ésta; por lo cual la Iglesia

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