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CONFERENCIA VIGÉSIMA SEXTA 145 AAA es natural al hombre; pero al hombre tal como salió de las manos de su Creador, al hombre adornado de rectitud, al hombre en los primeros albores de su vida, al hombre, en una palabra, investido de la justicia original, con perfecto seño- río sobre todas sus pasiones. En aquel dichoso estado, el corazón del hombre era como una her- mosa flor que se abría constantemente para exha- lar el delicado perfume de su amor; amor puro y generoso, amor ordenado que, comenzando en Dios, bajaba hasta el último de los seres de la creación. Pero, desgraciadamente, esa corriente de amor que fluía del corazón del hombre primitivo, la enturbió el cieno del pecado. El corazón humano, herido por la primera culpa, sufrió una dolorosa contracción que le hace aspirar, digámoslo así, hacia dentro, para reconcentrar todo su amor y todas sus afecciones en sí mismo; aquel amor generoso y comunicativo del hombre inocente se ha trocado, en el hombre prevaricador, en un egoísmo desenfrenado que le ciega y hace olvidar los lazos de universal parentesco que unen entre sí á todos los miembros de la familia humana. Registrad las páginas de la historia del mundo antiguo, y en todas ellas hallaréis confirmada esta tristísima verdad; por doquiera veréis entronizado el egoísmo, que procura atraerlo todo á sí y con- vertirlo en propia substancia. De aquí nacía el despotismo brutal que encadenaba al esclavo, opri- mía al débil y despreciaba al pobre y al anciano; 10
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