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CONFERENCIA VIGÉSIMA QUINTA 133 Esta es una regla segurísima que además obliga en conciencia á todo cristiano, la razón de la cual no hay necesidad de exponer, pues salta á la vista de todo el que acata, como es debido, el magiste- rio infalible de la Iglesia y su derecho indiscutible de prohibir á los fieles, no solamente los escritos heterodoxos, sino todos aquellos que juzgue noci- vos á la moral y á la honestidad de las costumbres. Está, pues, fuera de duda que tales escritos, sea cual fuere la forma en que se publiquen, no puede leerlos el católico sin manifiesta necesidad ó grande utilidad y sin la competente autorización. Esta regla es, como se ve, la más sencilla y la más segura, y bastaría ella sola para hacernos discernir la mala prensa; pero no existe en todo caso, y por consiguiente, no siempre podemos utilizar este medio para conseguir nuestro objeto sobre este particular. Porque sucede, en efecto, que la autoridad de la Iglesia no siempre condena y prohibe expresamente todos los periódicos que en realidad merecen ser prohibidos y condenados, bien porque esto es moralmente imposible en la práctica, siendo como es tan grande el número de ellos, bien por motivos de altísima prudencia. En estos casos la recta conciencia, ilustrada por el consejo de personas netamente católicas, debe decir á cada cual la obligación que tiene de abste- nerse de la lectura de cierta clase de periódicos. Por de pronto, tened entendido que no es lícito leer la prensa francamente impía, enemiga del

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