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111 CONFERENCIA VIGÉSIMA CUARTA si al terciario, en fuerza de su profesión indivi- dualmente considerado, se le exige muy justa- mente que sobresalga entre los demás cristianos por la mayor perfección de su vida, por el más exacto cumplimiento de todos sus deberes, y por la singular pureza é integridad de sus costumbres, decidme, ¿no será justo pedirle lo mismo como miembro de la familia? ¿No deberá en este caso dar mayores muestras de probidad y ejercitar más señaladamente las virtudes propias del hogar do- méstico? Y si este terciario es jefe de familia, ¿no será bien se le pida que la suya se distinga, entre todas, por la honradez y religiosidad de su con- ducta pública y privada? Está fuera de duda: porque el terciario, donde quiera que vaya y cual- quiera que sea su estado ó condición social, siem- pre lleva consigo el carácter de hijo de San Fran- cisco, que le obliga á proceder en todas las cosas con más regularidad y rectitud. Con justa razón, pues, exhorta la Regla á los terciarios á que se aventajen á los demás en la vida de familia con el buen ejemplo, esto es; que los hijos sean más obedientes y respetuosos para con sus padres; que la esposa sea más sumisa á su marido y más cuidadosa de su casa y familia; que el marido cumpla mejor las gravísimas obli- gaciones de su cargo, velando con solicitud por el bienestar y prosperidad material y moral de su familia; que la casa del terciario sea cristiana en toda la extensión de la palabra, en las costumbres que en ella se practican, en las diversiones que se
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