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58 FRUTOS DE LA YV. O. T. menos de producir excelentes resultados en los que las adoptaban, por lo cual se hallan entre los terciarios ejemplares tan preclaros de esa paz evangélica que Cristo trajo á los hombres. Ved, si no, al ínclito terciario San Luis, rey de Francia, convidando á su mesa al que había ve- nido á quitarle la vida; á Santa Isabel, reina de Hungría, que nunca pronunció una palabra áspera contra los que la habían derribado de su trono; á Santa Rosa de Viterbo, que á los catorce años predicaba en la plaza la paz y la justicia; á Santa Isabel, reina de Portugal, que libró su reino de sangrientas guerras y que toda su vida consagró á la pacificación de los pueblos y familias. Podía- mos citar otros innumerables dechados de este género; pero, por no hacernos difusos, sólo adu- ciremos al incomparable terciario San Elzeario: «¿De qué me aprovecha, solía decir, el encoleri- zarme y perder la paz de mi corazón? No se saca nada de ello. Siento mucho el mal y las ofensas que me hacen; pero apenas presiento en mi cora- zón algún sentimiento de indignación, vuelvo los ojos á mi Jesús crucificado, que por mí sufrió tantos oprobios, ultrajes y maldiciones, cuando merecía el respeto de todas las criaturas. Me tengo por muy feliz y, de tal manera me siento dispuesto á toda clase de sufrimientos que si mis domésticos me cubriesen de todas las injurias ima- ginables, tendría esto en poco, en comparación de lo que mi buen Jesús sufrió por mí. Este pen- samiento aflige tanto á mi alma que desvanece

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