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CONFERENCIA TERCERA 47 á todas las dignidades de la tierra. Lejos de ser para nosotros una mengua el adornarnos con las libreas de la penitencia, es, más bien, una digni- dad que en manera alguna corresponde á nuestra pequeñez y escasos méritos; porque el santo es- capulario con que nos vestimos es la imitación del pobre hábito con que se cubrió el Pobrecito de Asís, y en cierto modo está teñido con la sangre que manó de sus sagradas Llagas, y la cuerda bendita con la que nos ceñimos es símbolo de la mortificación cristiana y, como cantó un poeta, es la escala mística de Jacob por donde suben las almas al Paraíso.» Cuéntase á este propósito del Cardenal Trejo, que habiendo vestido el hábito de la O. T. recibía por ello muchas alabanzas y congratulaciones, á las cuales contestó: «Me alabáis porque sobre la púrpura romana traigo el hábito y el tosco cordón de San Francisco, y seguramente que no merezco por esto ningún elogio; pues, qué, ¿el hábito de San Francisco no es una verdadera púrpura? Sí, realmente es púrpura teñida conla Sangre de Nuestro Señor y la de las Llagas de su siervo y así, inviste con la dignidad real á cuantos la llevan. ¿Qué he hecho vistiendo el hábito tan santo? Juntar púrpura con púrpura, juntar la dig- nidad real y la dignidad cardenalicia, y por eso, en lugar de haberme humillado,. temo haberme procurado demasiadas honras y ensalzarme más de lo que debo.» Tal parecía á este religiosísimo principe de la

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