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CONFERENCIA SEGUNDA 29 más severas penas, prohibían en sus diócesis la T. O., y hasta se llegó á temer que el Romano Pontífice lanzase contra ella anatema de proscrip- ción. Dios, sin embargo, velaba amorosamente sobre la obra de San Francisco, y si permitía que pasase por el crisol de tan rudas persecuciones, era para sacarla de allí con mayor brillo y her- mosura. Así sucedió, en efecto: noticioso el Papa Cle- mente V, de las terribles imputaciones que se hacían á los terciarios, nombró Legados Apostólicos, para que examinasen la conducta de aquéllos y después de largas averiguaciones y minuciosas diligencias, descubrieron el dolo é hipocresía de los herejes. En vista de lo cual, el Vicario de Jesu- cristo proclamó solemnemente en el Concilio de Viena, la inocencia de los terciarios y su pura ortodoxia, jamás empañada con el error, Repitámoslo una vez más. ¡Qué perspectiva tan bella ofrece el desenvolvimiento de la O. T., en el transcurso de los siglos! ¡Qué hermoso verla triunfar de tantos y tan poderosos enemigos, y salir siempre victoriosa de las terribles pruebas á que la sujetó la malicia de los tiempos! Cual frágil navecilla que luchando con la furia de los vientos y las encrespadas olas, logra abrirse paso y arribar felizmente al puerto por entre peli: grosos escollos, la O. T. ha llegado hasta nues- tros días, á pesar del furioso huracán que constan- temente ha azotado la quilla de su nave, con sus velas desplegadas, para afrontar mayores y más

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