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- 27 CONFERENCIA SEGUNDA ya la T. O. dar á la Iglesia quince de sus valerosos hijos, como hermosas primicias de los mártires de aquellas florecientes cristiandades. En cada apóstol franciscano ha tenido siempre la T. O. un entusiasta y celoso propagador, y donde quiera que alguno de ellos ha predicado el Evangelio, allí ha cuidado de establecerla, como medio eficacísimo de consolidar sus tareas apos- tólicas. Por eso con los franciscanos que acompa- ñaron al intrépido navegante Cristóbal Colón, al descubrimiento del Nuevo Mundo, la O. T. se trasladó á aquellas incultas regiones, para ejercer su apostolado seglar; y en América, lo mismo que antes en Europa, se difundió rápidamente, alcan- zando gloriosos triunfos en sus lides con el error y la inmoralidad, y consiguiendo magníficos re- sultados en pro de la causa del Catolicismo. ¡Qué hermoso cuadro ofrece el desenvolvi- miento de la O. T. á través de los siglos y por entre los obstáculos que se oponían á su marcha! Verdaderamente se semeja en esto á la precipi- tada carrera del astro rey que, con sus poderosos rayos, disipa las nubes que pretendían eclipsarlo. Mil veces los enemigos de la T. O. se levantaron contra ella, valiéndose de todos los medios para destruirla; pero en vano, porque ella, sostenida por el brazo de Dios, protegida desde el cielo por su Bienaventurado Patriarca y apoyada por los Soberanos Pontífices, escapó de los lazos y ase- chanzas que le tendían en su camino. Sin contar con las persecuciones que le suscitó

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