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24 DESARROLLO DE LA V. O. T. nutrían su espíritu con los ejemplos de vida y saludables consejos de los religiosos, á quienes respetaban y obedecían como á sus padres y maestros. Frecuentaban sus Iglesias, participaban de sus oraciones y sacrificios, gozaban de sus privilegios, imitaban sus austeridades y, en medio del siglo y entre el tráfago y ocupaciones de la vida seglar, seguían, en lo posible, las prácticas de la vida monástica. Testimonio fehaciente, y por cierto nada sos- pechoso, de lo extendida que se hallaba la O. T., especialmente en Italia, en la misma época de su establecimiento, nos lo ofrece Pedro de las Viñas, Canciller del impío Federico Il de Alemania, que vivió á mediados del siglo XIII, el cual, en una carta que dirigía á su Señor, lamentándose de la oposición que se hacía á sus inicuos planes, se expresaba en estos términos: «Los religiosos Me- nores se han levantado contra nosotros; públi- camente reprueban nuestra vida y empresas, y vulnerando nuestros derechos nos han reducido á la nada. Para acabar de arruinar nuestra prepon- derancia han fundado una hermandad universal en la que acogen indistintamente á hombres y muje- res; todo el mundo pertenece á ella, y es difícil encontrar quien no se halle inscrito en la nueva asociación.» Prueba aún más brillante de esto mismo nos la proporcionan los gloriosos Pontífices Honorio Ill y Gregorio IX, los cuales, á los pocos años de la fundación de la O. T., escribían á los obispos de

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