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CONFERENCIA SEGUNDA 23 Orden que restaurará las ruínas espirituales de su Iglesia y devolverá el sosiego á nuestro espíritu; bienvenida sea la Orden de Penitencia, que corre- girá nuestros desórdenes, arrancará de entre noso- tros la semilla de las disensiones y apagará el fuego de nuestros odios y enemistades; éste será el nudo amoroso que nos una y el vínculo que nos estreche; entraremos todos en ella y formare- mos una sola familia y seremos un pueblo de her- manos y cesarán las guerras que desolan nuestras comarcas y destruyen nuestros hogares; vivire- mos bajo una misma regla, vestiremos el mismo hábito de penitencia y aspiraremos á un mismo fin.» Separados por siete siglos de las sociedades de la Edad Media, cambiada la faz de Europa, trocados sus costumbres y usos, es difícil com- prender el entusiasmo que despertó la T. O. en aquellos pueblos que, á pesar de sus extravios y relajaciones reprensibles, mantenían muy vivo el fuego sagrado de las creencias religiosas. Pero lo que no puede dudarse, pues claramente lo atesti- guan documentos de autoridad irrecusable, es que la O. T., á poco de su fundación, llegó á ser una de las instituciones de carácter religioso más po- pular y la que contaba con mayor número de adep- tos de todas las de su tiempo. Doquiera los reli- giosos de la Primera Orden levantaban un con- vento, allí, junto á él, establecía sus pabellones la O. T., y al modo que la fuente se alimenta del manantial que la produce, los hermanos terceros
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