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CONFERENCIA SEGUNDA 21 Es lo cierto que apenas fué conocida cuando comenzaron á establecerse sus hermandades pri- mero, en casi todos los pueblos de Italia y luego, más tarde, en todas las naciones. Oigamos, en confirmación de esto, el autorizado testimonio del gran Pontífice y terciario León XIII: «La O. T. de San Francisco, dice, se propagó rápidamente como llama de amor divino; hubo, lo mismo en las altas clases que en las más humildes, un noble ardor por afiliarse á aquella Orden de her- manos Franciscanos; los reyes y los emperadores, los obispos y los cardenales y los mismos sobe- ranos pontífices rivalizaron con la plebe por per- tenecer al nuevo instituto.> Preciso es confesar, que las circunstancias dificilísimas en que se encontraban los pueblos de aquel entonces y la singular adaptación de la O. T. al carácter y apremiantes necesidades de los mismos, favorecieron grandemente este inusi- tado desarrollo y propagación de la obra del Peni- tente de Asís. Cabalmente esta nueva milicia Franciscana vino á la palestra del mundo en uno de los perío- dos más agitados de la Edad Media; en una época que, al decir de todos los historiadores, fué abun- dantísima en trastornos políticos y turbulencias religiosas; cuando un Pontífice vió en sueños que la Basílica de San Juan de Letrán se conmovía hasta sus cimientos, presagio de los peligros que amenazaban á la Iglesia; cuando la Europa, pero especialmente Italia, ofrecía el aspecto de un 3

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