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280 LAS DIVERSIONES MUNDANAS mado á ser dechado y ejemplar de vida cristiana y de costumbres intachables? No pueden ser, por consiguiente, admitidas en la T. O., aquellas personas que habitualmente concurren á los bailes y representaciones licencio- sas. Y si algún terciario incurriera en este desor- den, debería ser expulsado como escandaloso para que no sufra el buen nombre de la congregación. ¿Ni cómo pudiera, sin mengua de la O. T., tole- rarse que sus individuos tomasen parte en unas diversiones que tan reñidas están con la moral cristiana? ¿Cómo un hijo de San Francisco, un imitador de la penitencia y humildad de este gran Santo podría, con tranquila conciencia, concurrir á esos lugares de corrupción, en donde todo res- pira sensualidad y todo conspira contra la virtud? ¿Qué consorcio puede haber entre la piedad Fran- ciscana y las profanidades del siglo, entre la aus- teridad evangélica de la Orden de Penitencia y las diversiones mundanas? Ninguna, ciertamente. Sépase, pues, de una vez, que al terciario le están prohibidas las diversiones propiamente mundanas, esto es, aquellas en que se ofende á la moral, se ultraja el pudor ó la modestia, se pervierte el sen- tido cristiano y se corre evidente riesgo de perder la fe y contaminarse con los vicios de la época. Y así, tampoco debe frecuentar otros públi- cos espectáculos y exhibiciones modernas, no menos reprobables que los teatros y bailes, ni asistir á ciertas tertulias en las que abunda todo menos el espíritu cristiano, ni á casinos donde

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