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e O rs a y ' HE Ñ il ¡ lí ' ' ' i pl A > LAS DIVERSIONES MUNDANAS No son ni pueden ser las diversiones á que se entrega el hombre, objeto extraño á la influencia religiosa, cosa enteramente ajena á los eternos é inmutables principios de la moral, antes bien, con ellos están íntimamente ligadas las diversiones, debiendo de ser uno de los actos humanos que preferentemente ha de regular la Religión y sus leyes divinas. Las diversiones, en efecto, carísimos terciarios, desde el punto en que son llevadas por el hombre á la práctica, se convierten en verdaderas accio- nes humanas susceptibles de moralidad, buenas ó malas, lícitas ó prohibidas, honestas ó inmorales, según sea su objeto y el fin Ó circunstancias que las modifiquen. Una misma diversión puede ser lícita en sí misma y prohibida por sus circunstan- cias. El juego, por ejemplo, es honesto y permi- tido tomándolo como medio para distraer el ánimo y dar reposo al cuerpo y á los fatigados miembros; pero resulta grandemente inmoral cuando en él se aventura la fortuna de la familia y el porvenir de los hijos, Ó cuando se consagra al mismo un tiempo excesivo con perjuicio de las obligaciones respec: tivas. Claro está que todas estas especies de moralidad de que pueden revestirse las diversiones humanas han de ser determinadas, no por el capri- cho de los hombres, sino por las leyes de Dios y de

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