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a a TARA: A TAN =p ETA > 262 DE LA MODERACIÓN cimiento que todos tenían de la perfección y renuncia de vanidades mundanas que la Orden de Penitencia exige á cuantos á ella pertenecen. Santa Isabel de Hungría, á pesar de su encum- brado rango, vestía con extremada sencillez, abs- teniéndose, siempre que le era posible, de las galas y de la suntuosidad correspondiente á su alta jerarquía. El rey de Francia, San Luis, desde que ingresó en la V. O. T., no sólo vestía modes- tamente, desechando todo ornato mundano ó su- pérfluo, sino que su deseo y fervor por imitar al Penitente de Asís, le llevaba á vestir pública- mente la túnica talar, en muchas ocasiones, y la tosca cuerda de penitencia. Otro tanto puede afir- marse de los demás bienaventurados de la O. T., todos los cuales se abstuvieron del lujo mundano, vistieron con sencillez y dieron, en todas sus co- sas, notables ejemplos de modestia, mortificación y sobriedad cristiana, usando de las cosas del mun- do como por fuerza, sin que jamás se les pegase á ellas su corazón. De este modo aquella gloriosa generación de terciarios logró refrenar la pasión del lujo, hacer que floreciesen en la familia y en la sociedad las virtudes cristianas y se renovase en todas partes el espíritu del Evangelio. Aunque tanto han variado las costumbres y tan notoriamente se haya relajado la moral y el sentimiento religioso en la época moderna, la O. T. conserva la fisonomía y el espíritu que le «dió su excelso Patriarca. Mitigaciones se han introducido en su Regla por lo que respecta á los a
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