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CONFERENCIA DÉCIMASEXTA 261 sus formas poco honestas, ó al menos, impropia de una persona verdaderamente cristiana y que hace pública profesión de piedad. De la misma manera, la Regla, con esta loable disposición, no condena en absoluto el lujo, la pompa y magni- ficencia, sino solamente los excesos que con harta frecuencia suelen haber en estas cosas, aquel lujo excesivamente dispendioso, atendida la posi- ción ó fortuna del individuo, que arruína las fami- lias y es causa de su malestar, y no pocas veces de su inmoralidad; la orgullosa pretensión de que- rer los pobres igualarse con los ricos en la ele- gancia y preciosidad de los vestidos, los gastos escandalosos en vanidades que impiden á los ricos ejercer la caridad con los menesterosos, el afán de figurar y atraerse las miradas del mundo, la falta de resignación en los pobres, que les llena de rabiosa envidia contra los ricos; estas y otras cosas semejantes, prohibe la Regla á los terciarios, como condenadas de antemano por el espíritu de nuestra santa Religión. Por lo demás, la O. T. no prescribe á sus indi- viduos forma particular ó calidad especial de ves- tidos; el terciario debe vestir conformeá los de su clase, estado, edad, sexo ó condición, evitando toda ridícula singularidad. En tiempos de mayor fervor cristiano, los terciarios solían vestir de paño parecido al de los hábitos de los religiosos, de color honesto y de formas muy modestas, cosa que á nadie llamaba la atención, antes al contra- rio, era tenida por muy razonable, por el conven- 18

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